¡Dios me salve, porque de gracia soy falto! El Señor me abandona… maldito yo entre los hombres… ¡Que te salve a tí, María, pues tu única penitencia fue ser humana! Este mundo no está hecho para concebir dioses. ¡Dios nos salve! ¡Piedad!
- ¡Dios me salve! – grita el feto, y él lo aplasta con la palma de su mano hasta sacarle las vísceras. Pero el feto, como las babosas, se divide en trozos de feto para seguir implorando. - ¡Piedad!
¡Más fuerte! ¡Más fuerte! Hay que aplastarlo más fuerte…
- No sé. Yo no creo en las religiones. En Dios sí creo. – dije.
- Ahora tendré que aplastarte a vos. – dijo una voz, así que decidí abrir mis alas y huir de ahí volando.
Llegué a una montaña desierta. No había ni siquiera tierra en ella. Era una montaña, no por concepto, sino por función. Oculté mis alas y caminé con las manos. Mis pies ya estaban cansados. Seguí un sendero que en espiral llegaba hasta la cima de aquella seudo montaña. Caminé con los hombros. Mis manos y pies ya estaban cansados. Al llegar a la cima me recosté. Dormí un poco y soñé a Dios. Me dio un consejo en el sueño, así que cuando desperté caminé de nuevo con los pies hacia el altar de sacrificios. Me desnudé y puse mi cuerpo sobre aquella piedra. Empezó, pues, a reflejarse el mar en el cielo… “¡Azul!”, murmuré, y las botellas cayeron para reventar en cada milímetro de mi cuerpo desnudo, haciéndome sangrar. Partiéndome en mil pedazos.
- Jajajaja. Igual te aplasté.
2 comentarios:
lo mejor que te he leido vos,
muy propio de la época.
irie
huuuuy si apoyo a Gabriel.... este texto esta pasado pues. Felicitaciones
lu!
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