Escrito hace algunos meses...
La araña tejió, cuidadosamente, su hilo. Utilizó la seda más fina y seductora para atraerme. Yo, desde abajo, observaba su sonrisa maliciosa y poco a poco me fui acercando a la trampa mortal. Era un alambre de púas, una breña de espinas… ¡pero tan hermosa! Yo ya lo sabía. Sabía bien que iba a caer en esa red. Sabía, también, que yo era la presa codiciada, el bicho que le faltaba devorar. Pero, aún así, cedí. Me dejé caer, pues, de espaldas y esperé a ser devorado. De primero me envolvió en la seda, húmeda y pegajosa. Luego levantó la mirada y al topar sus ojos en los míos me dio el ósculo fatal. Me dejé devorar. Me di completo a mi predadora, suntuosa y elegante. Le di el placer gratuito de mi nada. Y luego, en su estómago ya, sin poder salir, me entregué a un eterno letargo de desolación.
Ahora, no soy más que excremento...