1 may 2008

Azucena en la burbuja

Azucena corría detrás del viento, tratándolo de coger entre sus manos. La ciudad se hacía más y más grande, entre los altos edificios, las calles y las esquinas, siempre llenas de personajes fantásticos. Una mujer gorda, con siete cajas de pasteles que no la dejaban ver, se tropezó y cayó en la acera. Y claro, Azucena no la vio, ella quería coger el viento entre sus manos. Un bus, lleno de gente, chocó con un poste de luz. Y claro, Azucena no lo vio, ella quería coger el viento entre sus manos. Tres perros intentaban atrapar a un gato color naranja, de ojos verdes, muy profundos. Y claro, Azucena no los vio, ella quería coger el viento entre sus manos.

Poco a poco, creyó acercarse más al viento. Sus dedos se estiraban de forma extraña y se estaba quedando sin aire. Pero Azucena, corría. Quería llevar un poco de viento a su casa. Un poco de libertad, pensaba ella. Quizá, así, podría armar una fiesta grandiosa con el viento y todas sus muñecas. Mientras corría, imaginaba los papeles volando por toda su habitación, el pelo bailándole como en un comercial de shampoo. Y Azucena corría detrás del viento, tratándolo de coger entre sus manos.

De repente, como por arte de magia, y tan rápido como había aparecido, el viento se esfumó. No sabes adónde se ha ido, preguntó Azucena a un hombre ciego que se sostenía del balcón de una ventana. No, no Azucena, pero, aún sin ojos, te he visto a ti correr detrás de el, he visto como estiras las manos y sientes la caricia del viento entre tus dedos. Yo también lo perseguía… dijo. Y qué sucedió, lo lograste atrapar, preguntó ella. No, dejé de ver todo, me quedé ciego, dijo, finalmente, él.

Azucena, asustada, regresó a su casa. No perdía la esperanza de lograr llevarle a su abuela un pedazo de viento. Aunque fuese uno pequeño. Subió a su habitación y con sus muñecas jugó ha hacer una gran fiesta, con papeles volando, y cabellos ondulando en el aire.

Y fue el día en que Azucena dejó de leer cuentos para niños.

1 comentario:

Jorge Luis García Cardona dijo...

Qué triste. Uno nunca debe de dejar de leer cuentos para niños.

Me gustó mucho este cuento, Luis Pedro. (Ponete a escribir más)