6 ene 2010

Diálogo V

Soltame la mano, gruñiste en secreto. En secreto. Lo suficientemente-en-secreto para que sólo yo y unos cuantos grillos pudiésemos escucharte. Tajaste un pedazo de mi pecho, y te lo comiste crudo. Por qué querés que te suelte, te pregunto. Que están aquí mis amigos, que no entendés, señalás. Que a veces parece que tenés seis años y querés siempre ir tomado de la mano, como si no pudieras caminar solo. Que camino muy bien solo, pienso, pero tengo que guiarte de alguna manera. Que no te tomo de la mano porque yo quiera, sino porque siento que podés caerte y destrozarte en cuestión de segundos. Si te he visto desmoronarte en mi pecho, en mis brazos, ¿por qué no puedo tomarte la putísima mano? Pero sólo lo pienso. Sólamente lo pienso. Y con pensar no gano nada con vos. Te suelto, pues. Y me libero. Y entonces busco un trago. Voy a la barra, con tus amigos. Más bien, corrijo: Voy a la barra, con quienes pensás que son tus amigos y me pasan tu cuenta. Claro, no tu cuenta de consumo, sino de niños ultrajados. Pido una cerveza. Me retracto: pido vino. Estoy celebrando. A veces me pregunto qué tanto celebro con tanto vino. Que me caería mejor un aguardiente, para que se parezca a vos, y te recuerde. Y te recuerde a vos, con el ardor y el dolor en el estómago cuando, lentamente, caés como gaviota en el agua.

Yo soy tu pez.
Corrijo: yo era tu pez.

Y tantas correcciones intentando describir que no quisiste tomarme de la mano sólo sirven para adornar. Son sólo letras que bailan, se decodifican y existen porque las lee alguien. Me pasan una copa. Vino tinto, me dice el mesero. De pronto comienza la lista de nombres y edades. Para ignorar el picoteo taciturno en el pecho, me distraigo viendo para ninguna parte. Quizá viendo a todos lados. Viendo nada, seguramente. Volteo y seis pares de ojos hambrientos me devoran de inmediato mientras camino hacia donde vos estás. En medio del círculo de atentas damas y atentos caballeros, te veo feliz. Y estás hablando. Con esas muecas que dan miedo por el miedo que te da hacerlas. Como si no confiaras, siquiera, en tus manos y cómo bailan cuando querés que acompañen tus palabras, ya incoherentes, ya incisivas. No. Realmente no valés tanto la pena. Pero yo estoy celebrando. Celebrándote.

Bravo, gaviota.
Tenés el pescado en el pico.

No hay comentarios: