14 dic 2007

La última sirena

Le han dejado de importar muchas cosas. Ha visto cómo el polvo cubre las cortinas raídas de su habitación, y no se ha cepillado el pelo durante días. Se ve lo loca que está, dicen los vecinos. A ella ya no le importa, y se sienta en el sillón pardo y sucio detrás de las telas traslúcidas para observar, durante todo el día, la calle que está frente a su ventana. Esta ventana es mía, repite entre el humo de sus cigarrillos. Sus uñas están llenas de mugre verdosa. Hace ya algunos meses que no se hace la manicura. Cualquiera pensaría que lo que esta mujer quiere más en la vida es dejar de tenerla. Pero se equivocan. ¡Y vaya equivocación!

Esta ventana, señoras y señores, niñas y niños, prostitutas y curas, es mía.

Hace poco que se ha adueñado de la pequeña casa de jengibre. Así llaman a la casa, no porque esté hecha de este material, que de hecho no es material, es, más bien, una planta zingiberácea , sino por el color opaco con el cual está pintado su exterior. Que es una bruja, una loca, se rumoraba. Que es como una leyenda viviente, un retrato en vida de todas las mujeres protagonistas del miedo popular. A ella le han dejado de importar muchas cosas, y esta manifestación cultural de inventarle historias a las personas, que bien podría llamarse literatura, es una de ellas.

A veces se le ha ocurrido desnudarse frente a la ventana. No pueden decirme nada, piensa, estoy dentro de mi casa, dentro de mi ventana. Y se quita la ropa. Los primeros en llegar son los imberbes y, como si se tratase de un show privado, le gritan que haga cosas, que se toque partes y otra retahíla de perversiones curiosas propias de la edad, pero que a partir de esta, ningún hombre pierde. Ella no los escucha. Le complace mostrarse desnuda en la ventana y, de hecho, al contrario de cómo se imaginan a esta mujer, es hermosa. El pelo es lo que se ha descuidado, y las uñas, pero su carne joven y rostro simétrico podría ubicarla entre el conjunto de lo que se denomina mujeres hermosas. Lo que pasa es que le han dejado de importar muchas cosas, y con esto me refiero a muchísimas cosas, asuntos y vanalidades. Incluso, las cuestiones de importancia, le son indiferentes.

Ella es feliz.

¡Loca puta!, le ha gritado un muchacho que ha pasado curioseando.

Esta ventana es mía, repite ella en voz baja. Es mi pecera y yo, compañero, la última sirena que queda en la faz de la tierra.

1 comentario:

OTRAMIRADA dijo...

Sola frente a la mirada curiosa e hiriente de los otros. Sola pero felíz.
Hermoso relato.

Un abrazo