17 ago 2008

Dulce irrealidad

Está en una esquina. La esquina de la alcoba, tibia, le da identidad. Ahí es. Ahí está. Ahí puede dopar su sentir y su pensar. Ahí no se cansa de respirar. Incluso desea hacerlo más, con los pulmones limpios. Es la alcoba libre de humo, libre de conciencia. Parece que han limpiado las piedras de la cama, o al menos él las ha quitado para no sentir dolor. Ni hormigas, ni espinas, ni piedras en la cama. Sólo ellos dos. Sin ropa. Haciendo el amor. Esta vez no hay música. Pueden escucharse disfrutar, el uno al otro. Están cómodos en su piel. Se satisfacen.

Y al terminar, sabiendo su responsabilidad y voluntad, el niño regresa al lugar donde debe sentir y pensar, y dar cuenta que el error no es más que otra virtud. Súbanle a la música francesa, para que extrañe el sexo en silencio. Ahí crecen las flores. Todo es dulce, muy dulce. En el asiento trasero del carro. Ahí va la mujer verde recordándole el momento feliz que utilizó para cuidar su corazón.

Un par de cigarrillos más, y la noche volverá a ser sólo suya.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Q SENSUAL
me encanta como expresas
algo tan sexy en pura poesia