Por primera vez tuve el valor de pararme y decir que no soportaba tanta estupidez. Era ilógico: vos tenías que ser más fuerte que yo, tener más madurez y coraje para hacer las cosas. Pero no. Me puse los pantalones que me había quitado y te dije que tenía que irme. No quería que preguntaras nada, por temor a responderte con mi maldita sinceridad.
Porque no sos suficiente, murmuré.
Vino el golpe.
Ya no podía hacer nada.
septiembre, 2009
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