El hombre que era pequeño quiso ser grande habitando un corazón o un cuerpo. Y tenía una marca para atraer infieles que querían probar miel con azúcar porque les faltaba en la casa. Carroña. En medio del patio de las hienas y los buitres. Vomitó la última hiena al hombre que era pequeño y lo dejó languidecer, como diciéndole que nunca tuvo hambre y que era mal alimento. Que prefería el cadáver seguro de lo que era seguro porque era presa vieja, como un cadáver de reserva. Como diciéndole que viera, que se diera cuenta de que no era tan dulce. Pero cuando hubo urgencia de melaza, quería comer al hombre que era pequeño y qué importaba, porque nomás era y estaba. El hombre que era pequeño sintió entonces que tenía atorado algo en la garganta y en los dedos. Y cómo dolía aquí. Aquí cabal se sentía el ardor y el dolor y la molestia. En la garganta y en los dedos. Y entonces llamó a todas las hienas y los buitres y los puso contra la pared, porque él se sintió fuerte de repente. Dijo cada uno de sus nombres y luego: Cuando querían miel con azúcar de mi cuerpo, exprimí como esponja este pedazo de carne para saciar su hambre y su urgencia animal. Cuando yo necesité habitar un cuerpo y un corazón, me vomitaron. Y por su ingratitud he sido maldito con esta molestia en la garganta y en los dedos. Entonces uno por uno contra la pared, el hombre que era pequeño vomitó palabras que tenía atoradas en la garganta y que ellos obligaron a tragarlas. Entonces uno por uno contra la pared, el hombre que era pequeño disparó palabras que tenía atoradas en los dedos y ellos obligaron a negarlas. Y con la última hiena el hombre pequeño tuvo misericordia. Y en vez de contar la historia de la mala amistad de él, del hombre que era pequeño, y la traición de la hiena, decidió escribir un cuento sin sentido que sólo ambos victimarios podían comprender. Como siempre, mentiras y amor eterno, deberían ser sinónimos. La hiena después le dijo que esa era la realidad. Y el hombre que era pequeño se prometió a sí no ser jamás hiena. Y coleccionar esperanzas en un frasco que, desde ahora, en vez de llevar escondido debajo de las costillas, lo lleva colgando del cuello. Para jamás olvidar la triste historia de las hienas. Para jurarse que él sí tiene derecho de ser feliz. Y el hombre que era pequeño, esa noche, creció desde adentro.
3 comentarios:
Sabes?, quiero saber por qué el leerte me inspira. (M)
Sabes?, quiero saber por qué el leerte me inspira. (M)
Creo que es una historia tan tuya... pero vivida por much@s, yo incluida
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